Grandiosos o insignificantes - Bitácora Psique Skip to main content

En una entrega anterior abordamos el tema de la procrastinación, ese verbo terrible que designa la tendencia a retrasar, posponer o detener algo que tenemos pendiente por hacer, ya sea una tarea o incluso una toma de decisión, la cuestión es que el accionar se aplaza.

Ahora bien, ¿qué explica esta enigmática conducta que, de acuerdo a nuestra experiencia en el consultorio, es mucho más frecuente de lo que nos gustaría reconocer? Cada caso, desde luego, supone diferentes razones, sin embargo podemos hallar elementos comunes aún cuando se trate de personas muy diferentes.

Hoy nos enfocaremos en una forma de pensamiento compleja por oscilar en dos extremos que van de la expectativa de hacer algo grandioso a la de sentir como algo insignificante, pequeño, o nulo, aquello que se hace o se pretende hacer.

Cuando escuchamos con atención e instamos a los pacientes a que digan qué es lo que podría provocar que aplacen determinado asunto pendiente, descubrimos que albergan grandes expectativas respecto al mismo, por ejemplo: alguien que tiene el anhelo de escribir, se ve desde un punto en el cual ha llegado a ser como tal escritor aclamado y famoso que admira. O bien, otra persona se imagina haciendo una gran exposición de su trabajo ante un público que queda atónito con el despliegue de su talento e inteligencia.

Hasta aquí uno se preguntaría ¿cuál es el problema con eso? ¿qué tendría de malo albergar semejantes aspiraciones? Y es que en realidad suele ser el eje de las preguntas con las que los pacientes acosados por estas fantasías, salen al paso: “¿pero entonces está mal soñar en grande? ¿está mal tener grandes ambiciones? ¿qué tiene de malo ambicionar algo así?”. O reprochar al terapeuta: “usted quiere que yo sea un mediocre”

Y bien, ¿cómo responder a esto? En primer lugar, el objetivo no es determinar si una fantasía está bien o mal, de hecho, como tratantes no somos quienes planteamos el problema en esos términos, sino los mismos pacientes y esto tiene su razón de ser, pues el lugar en el que se forjan estas expectativas es en la instancia denominada por Freud, superyó, aquel lugar de vigilancia incorporado en nuestra constitución subjetiva, desde la cual nos tomamos y sometemos como objetos de escrutinio, para examinar si estamos o no en concordancia con una forma idealizada de vernos a, esa imagen desde la que me veo siendo bueno o malo.

Es por ello que nosotros no nos ocupamos del valor moral de las fantasías que los acosan y guían en su actuar, sino de ayudarles a esclarecer ¿hacia dónde los han llevado o cuáles han sido las repercusiones de tal forma de pensamiento? ¿qué han hecho a partir de ellas o renunciado a hacer? Plantear la situación desde esta perspectiva abre la posibilidad de poner sobre la mesa lo que viene aparejado a la presencia de una idea tal: una sensación de agobio ante lo grandioso, sentirse intimidado ante un proyecto de tal tamaño que no se sabe si se podrá o no concretar, sentirse avasallado ante la enormidad desde la cual uno se ve como complaciendo, al mismo tiempo, cierta mirada de otros.

La dificultad se halla, en que esta fantasía de lo grande, especial, maravilloso, etcétera se acompaña simultáneamente de su contraria, hecha de ideas muy penosas sobre sí mismo; ser alguien indigno, bajo, despreciable, perezoso, en la medida en la que no se coincide con ese ideal. De este modo, la persona queda atrapada en un aparente callejón sin salida.

¿Y cómo intervenir ante ello? En primer lugar y aunque parezcan formas de pensamiento evidentes o muy comunes, lo cierto es que pueden pasar desapercibidas para la misma persona que padece por ellas. O bien, tenerlas presentes con una claridad que asombra y sin embargo declararse impotente para restarles fuerza. Sucede que si solo se tratara de pensamientos, la cosa sería muy sencilla, bastaría con una reprogramación de las formas de pensamiento para resolver el problema, sin embargo esas fantasías tienen una fuerte carga afectiva que hace, en algunos casos, realmente difícil abandonarlas. Se sabe de ellas, se les ha dado tratamiento objetándolas, ampliando la estrechez en la que dejan a la persona, y aún así, vuelven una y otra vez, cada vez que la persona se encuentra a punto de encarar alguna tarea que lo confronte al ideal.

En suma, este tipo de pensamientos nos impiden hacer cosas o por intimidación o por vivenciar nuestros límites y capacidades como algo insignificante, desde luego en comparación con nuestro ideal. De ahí la importancia de tratarlos con un profesional de la salud mental, quien puede acompañarnos en la ardua labor de identificarlos y hacerles frente para ir saliendo de ese zona oscura a la que nos someten.

 

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