En un texto titulado La novela familiar de los neuróticos, Freud escribe lo siguiente “En el individuo que crece, su desasimiento de la autoridad parental es una de las operaciones más necesarias, pero también más dolorosas, del desarrollo. Es absolutamente necesario que se cumpla […]”[1]. Ante esta afirmación nos preguntamos ¿por qué es absolutamente necesario que se cumpla esta operación? ¿cuál es la relevancia que Freud encuentra en ella para aseverarla con tal claridad y energía?
Por más cliché que parezca, es inevitable que en cierto momento de un proceso terapéutico los pacientes hablen de sus padres, incluso aún cuando lo hagan a partir de su negación, “no quiero hablar de mis padres ni echarles a ellos la culpa de nada”.
Si pensamos que los padres constituyen los primeros objetos significativos en la vida de un ser humano, quien llega a ella en un estado prematuro y de desvalimiento que sólo abandonará muchos años después, no debería sorprendernos que las relaciones con los padres y las significaciones que el sujeto les ha otorgado, tengan una fuerte relevancia en el marco a través del cual se ve a sí mismo, al mundo y por ende a las relaciones con los otros.
Freud habla de la “dichosa edad” para designar aquel tiempo en que el niño tiene por sus padres una sobreestimación tal, que lo lleva a verlos por un lado, a su padre como el hombre más noble y poderoso, y a su madre como la mujer más bella y amorosa.[2] No obstante, este idílico momento rebosante de dicha y exento de imperfecciones es “inevitablemente” perdido como consecuencia natural de que el niño va creciendo, y abriéndose al mundo “[…] a medida que avanza en su desarrollo intelectual el niño no puede dejar de ir tomando noticia, poco a poco, de las categorías a que sus padres pertenecen”[3].
Aún cuando esto resultaría para la opinión general una cosa más que evidente, lo cierto es que para muchas personas, transitar ese camino por el cual se va obteniendo una visión más objetiva de los padres, en la cual se incluyan sus desaciertos, sus defectos, en suma, adquirir una posición crítica respecto a ellos, sin querer salvarlos de esa condición humana que a ellos también los alcanza, resulta sumamente complicado por no decir doloroso.
Aquí entra a cuenta lo que Freud denominó novela familiar y que se caracteriza por las fantasías que los niños entretejen -ante el conocimiento de que sus padres no son perfectos o tan maravillosos como los imaginaban- para asegurarse unos padres mejores o superiores de los que les tocó en suerte. Estas fantasías suelen expresar afectos hostiles hacia los progenitores e ideas en las que son objeto de crítica y menosprecio. Sin embargo lo que Freud advierte es que esas fantasías de aspecto hostil y maligno, en realidad lo que encubren es el mantenimiento de esa idealización de la figura de los padres desplazadas hacia otros personajes, o sea, que lo que pierden en la realidad efectiva por decirlo así, lo recuperan en la fantasía. Con lo cual, la perdida de esa dichosa edad si bien parece realizarse efectivamente en un nivel, deja un residuo a nivel de la fantasía en otro.
En terapia podemos constatar mucho de esto expresado en el discurso de los pacientes de distintas formas:
– Critican a sus padres dura y abiertamente y suelen responsabilizarlos de las cosas que hasta el momento no les han salido bien en la vida. Desde luego hay historias que hacen entendible el enojo o incluso rencor que muchos hijos llegan a sentir hacia a sus padres, situaciones de abuso o de descuido se cuentan entre los factores, sin embargo el hecho de que suelan atribuir a sus negligencias el estado actual de su vida, se sostiene en la idea de que un hijo es resultado solo de los padres que tuvo y ese feroz enojo es ante la decepción de que ellos no hayan sido lo que se esperaba.
– Padres intocables. Aquí subyace también la idea anterior pero en su aspecto “positivo”. Los triunfos han sido gracias a los valores y enseñanzas de sus padres, “se es o no se es” pero siempre en función de ellos. No se asoma crítica alguna y si la hacen, al minuto siguiente la cancelan arguyendo que entienden que tuvieran equivocaciones. Atribuir que lo que uno ha hecho en la vida es otro modo de ponerse a resguardo de esos otros maravillosos que antaño protegieron, es otro modo de no independizarse de ellos.
-Desprecio escondido. Son pacientes que se revuelven seria y secretamente ante la posibilidad de atreverse a enunciar lo que en su fuero íntimo piensan de sus padres. Una vez que se animan a expresarlo, suelen tratarse de críticas muy severas hacia ellos y un gran menosprecio por mostrar una y otra vez su inadecuación a la idea de lo que les habría gustado que fueran
Cualquiera que sea su presentación, lo cierto es que las anteriores son formas que expresan la rotunda negativa a abandonar esa imagen idealizada que se hicieron de los padres en la dichosa edad, es decir quedarse con ellos, con esos padres. El reclamo, el enojo, la frustración y la culpa son afectos que se experimentan en esa revuelta que deja a los hijos en una verdadera esclavitud respecto a esa idea infantil de ellos a la que no quieren renunciar. Esto supone un problema pues les consume la mayor parte de su actividad anímica, impidiéndoles poner esa energía en otros aspectos de sus vidas o bien, descuidándolos.
Deshacer un lazo respecto de los padres es absolutamente necesario para poder crear otro. No se trata de que los padres dejen de ser importantes para un hijo, pero sí de renunciar a esos padres que no fueron, a esos que les habría gustado tener, renunciar y elaborar esa pérdida en sus distintas dimensiones. Se trata de retirar de ese ideal lo que de su potencia para poder ponerla a disposición de otros objetos en la vida, la profesión, las amistades, la pareja e incluso, si eso está en el horizonte del deseo de una persona, la consolidación del propio proyecto familiar.
Desde luego perder a esos padres que a uno le habría gustado tener es sumamente doloroso, pero… ¿por qué? Porque resulta que si eso fuera posible, tener a los padres que se amolden al ideal, uno no tendría motivo jamás para marcharse de ellos. En otras palabras, nadie tendría porque salir de la dichosa edad, no sería necesario separarse de ellos, se podría gozar con ellos de una relación armónica y libre de diferencias y conflictos.
Rehusarse a ello es no querer confrontarse a la penosa tarea de conocer a los padres y asumirlos en tanto que humanos, con aciertos, desaciertos, vicios, etcétera, es decir, aquello que los acerca a cualquier otro de sus congéneres y hace injustificada por donde se la mire esa sobreestimación con la que se los elevó. Si para alguna persona llevar adelante esta tarea no es posible, no resultaría muy sorpresivo que sus relaciones con los otros sean bastante complicadas, pues si no ha podido realizar esa dolorosa tarea de asumir la otredad primera que le plantean los padres, difícilmente esté en disposición de aceptarlo de alguien más
Por eso es fundamental poder hablar de ello en presencia de otro que esté capacitado para encarar esos asuntos, orientándolos a buen puerto, en suma un profesional de la salud mental. En realidad elaborar esta pérdida supone un duelo y por eso es preciso hacerlo acompañado.
[1] S. Freud, La novela familiar del neurótico, en Obras Completas, t. IX. Buenos Aires, Amorrortu,2007 p.217
[2] Ibid., p. 220
[3] Ibid., p. 217