Sobre esas oscuras relaciones llamadas “tóxicas” - Bitácora Psique Skip to main content

Hoy en día tanto en la consulta con el terapeuta como en el lenguaje coloquial, la palabra “tóxica/tóxico” se ha popularizado tanto que adquirido valor de moneda corriente. Pero ¿de dónde surge y qué tipo de relaciones se designan con ese adjetivo?

La palabra tóxico viene del latín toxicum y este del griego toxikon pharmacon = veneno para las flechas. Por lo tanto podríamos proponer que al decir que alguien está en una relación tóxica, se refiere ha que ha quedado flechado en un vínculo que lo envenena. De igual forma decir que alguien es tóxic@ supondría decir que es alguien portador de una sustancia venenosa, que dirige hacia algún blanco con la intención de envenenar.

Sin embargo, plantearlo de esa manera donde uno tiene la capacidad de envenenar y el otro de ser envenenado, nos deja en una situación dualista cuya presunta salida sería la sublevación de la parte sometida respecto de la sometedora. Hecho esto, el problema estaría resuelto y no haría falta más que tener cuidado de no volver a caer con “alguien así, tóxico, capaz de envenenar”, quedando así librado de todo sufrimiento.

No obstante, la experiencia práctica en terapia demuestra una y otra vez, que esto no es así, que un vínculo enlazado sobre la base de lo que podríamos llamar una toxicidad, ni puede atribuirse a uno solo de los miembros que participan en la relación, ni puede resolverse solamente por la vía de una voluntad férrea que se marca como objetivo terminar con este tipo de relaciones. Esto se hace evidente toda vez que se ha podido abandonar un vínculo de esta naturaleza, pero más temprano que tarde, como se dice, a la vuelta de la esquina, se vuelve a encontrar una nueva persona con quien entrar de nuevo en la misma dinámica. Entonces…¿de qué se trata esto?

Pensemos que esa base tóxica es común a cada uno de los que conforman ese vínculo, que cada uno de ellos es portador de una o varias flechas envenenadas a la búsqueda del blanco más conveniente para apuntar. El mecanismo por el cual la relación se sostiene es mucho más complejo de desentrañar. A su vez, alguien que se ubica en el lugar de objeto de maltrato es alternativamente, ya sea en esa misma relación o en otras, agente activo de maltrato. Se sale de un lugar para entrar en otro y ahí reside la dificultad para elaborar una salida efectiva que no termine conduciendo a uno de los polos.

Cada uno de estos lugares que alternativamente se ocupan por la misma persona, suelen sostenerse en ideas, pensamientos y fantasías inconscientes poco asequibles a la conciencia. Alguien podría insistir en un vínculo tóxico guiado por la fantasía inconsciente de transformar a alguien brusco y agresivo en una persona amable y amorosa, por ejemplo. O bien, sentirse fuertemente atraído por la tentativa de vencer al otro en una batalla infinita. Es posible también que alguien maltrate a otro comandado por la idea de que es el único modo de librarse él/ella misma de quedar sometido a la voluntad destructiva del otro.

Estas ideas que a primera vista resultan simples, no surgen de manera inmediata, aparecen como parte del proceso terapéutico a través del cuál se indaga cuál podría ser la causa de su permanecer en ese vínculo o no poder retirarse de ahí. Por ello, el trabajo de elaboración en una terapia es fundamental, en un primer momento para que la persona se anoticie y de sus razones de porqué ahí en esa relación y eventualmente esté en condiciones de asumir una postura al respecto. Es un trabajo que se hace de a poco y al ritmo de cada persona, cada cual tiene un tiempo propio de avance. Y si hay compromiso y coraje de su parte, podrá avanzar logrando que cada vez sean menos sufribles sus vínculos.

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